Hoy 26 de octubre de 2020 el periódico “El País” ha publicado que en España hay unas 4.500 aulas confinadas—el 1,3% del total—, cifras que se sustentan en el balance oficial que ofreció recientemente en el Congreso el ministro de Sanidad Salvador Illa. Esto se traduce en unos 90.000 alumnos, si es que la media por aula es de 20 estudiantes.

Una de las quejas de las familias es la desatención educativa para los alumnos confinados o con formato de semipresencialidad. El gran problema es la falta de recursos tecnológicos y la poca formación y/o capacidad necesaria para atender a los estudiantes de manera online. Una de las preocupaciones hace referencia a los números “¿cuántos alumnos están sin ir a la escuela?” y otra: ¿qué significa la presencialidad o, por el contrario, seguir de manera online? Esta última pregunta tiene que ver con el sentido pedagógico de estar en la escuela. Somos muchos los docentes que le damos gran valor al aprender junto a otras personas y que creemos que las aulas son una oportunidad de interacción y de aprendizaje más allá de los contenidos.

Una profesora de secundaria me decía que cada semana se va un grupo de estudiantes y vuelven otros después de haber pasado la cuarentena de 15 días. Ante ese ir y venir a muchos les preocupa el plan de estudios. Se deben tomar decisiones de tipo: “qué contenidos”, “en qué aspectos profundizar” o “cuáles son los aprendizajes necesarios para poner el foco en ellos”.

La incertidumbre se hace evidente. No sabemos si mañana un grupo de alumnos se confinará o si seguirá asistiendo presencialmente a la escuela. Desde el contexto que conozco: Cataluña, veo que hay mucha disposición por parte de las escuelas, de las familias y de los alumnos para continuar de manera presencial; siguen los protocolos sanitarios, hay actuación cuando hay contagios confirmados, etc., pero todos sabemos que con esta pandemia poco se puede planificar y que, a pesar de los esfuerzos, mañana puede que haya un contagio que provoque que un nuevo grupo de alumnos se confine y esté 2 semanas en casa.

Eso trae problemáticas de tipo familiar, de organización (¿cómo ir a trabajar con niños confinados nuevamente en casa?), también nos lleva a pensar qué herramientas tiene el sistema educativo y las familias para acompañar estos procesos. Aquí apunto no tan solo a tener los medios materiales (ordenadores, Internet, etc.), sino a las herramientas pedagógicas; ¿estamos preparados para pensar en una educación con incertidumbres y que deja poco espacio para ser planificada?

Algunas preguntas que surgen son ¿cómo hacer seguimiento al alumnado que está en casa y los que siguen en la escuela presencial? ¿Cómo el profesorado será capaz de estar atento a ambos frentes? ¿Qué pasa con la deserción escolar? ¿Se tienen las herramientas pedagógicas para estos dinamismos, para este ir haciendo según las circunstancias?

Aunque la norma establece que la atención educativa debe ser adecuada y online, pocas escuelas e institutos están preparados para aplicarla. En la nota del periódico unos padres decían: “Nos faltan medios tecnológicos, formación (…) hay docentes que no se manejan online”.

Insisto que no es suficiente poner en marcha plataformas como “Classroom” (muy usada hoy en día para la educación escolar a distancia) o poner calendarios con los deberes, ejercicios o lecturas, no se trata de cuestiones cuantitativas de poner una calificación, se trata de cuidar los espacios para que los niños y las niñas sigan “aprendiendo en relación” de la mejor manera que se pueda (y conviviendo con una pandemia). Sé que es difícil, sé que las familias y los(as) maestros(as) tenemos límites, inconvenientes, carencias, pero podría ser una oportunidad para pensar en el sentido de la educación. No olvidemos que la escuela NO es una guardería.